Me acaban de explicar un cuento que resulta aleccionador, sobretodo para aquellos que hemos perdido alguna vez la cabeza por amor y no hemos sabido responder muy bien a aquello de "¿te quiero porque te necesito o te necesito porque te quiero?". Dice así:
Había un hombre con una mochila que, seguro y confiado, paseaba siempre por el mismo camino, a un lado de un muro altísimo e interminable. En ocasiones se preguntaba qué había al otro lado, pero enseguida se olvidaba y volvía a fijar su mirada en el horizonte.
Todo cambió cuando un día, a través de una de las rejillas del muro, vio fugazmente a una mujer. Era realmente preciosa. Su cabello, de un rojo flamígero, ondeaba al viento mientras sus facciones, armoniosas, se suspendían en unos ojos verdes arrebatadores. Jamás en su vida había contemplado a un ser tan bello, tan hermoso... Y ella pareció corresponderle con el mismo interés, a tenor de su sonrisa, fresca, radiante, seductora...
Imbuido por una fuerza misteriosa, arrancó en busca de alguna puerta, algún hueco por el que atravesar el muro y reunirse con ella. Al fin dio con un portillo, pero era muy pequeño. "Como sea, tengo que pasar al otro lado", se convenció al tiempo que se desprendía de la mochila e intentaba meter la cabeza. No lo consiguió, así que, desesperado, decidió cortarse una oreja. Ahora sí. Llegó a pasar toda la cabeza, pero se topó con otro problema. La espalda se había quedado atascada en el quicio del portillo. "¿¡Y ahora qué hago!?" Fácil: se desencajó el hombro y el brazo derechos. La mitad de su cuerpo ya había cruzado al otro lado. Sin oreja. Sin hombro. Sin brazo. Pero con la ilusión de estar cerca, tocar y oler a aquel ser que hacía palpitar su corazón a un ritmo frenético, como nunca antes lo había sentido.
Más problemas. Una de las dos piernas le impedía pasar por completo al otro lado del muro. "¿¡Y ahora qué hago!?". Fácil: abrió su mochila y sacó del interior un hacha con la que, sin pensárselo dos veces, se cortó la pierna que le molestaba. ¡Y por fin lo consiguió! Sin oreja. Sin hombro. Sin brazo. Sin pierna. Pero todo eso poco le importaba. Él sólo quería estar al lado de su amada.
Ensangrentado, dando saltos, apoyándose en el hacha y con el brazo desarticulado, con una oreja y una pierna menos, se encontró con ella.
- Ya estoy aquí. Finalmente he pasado. Me has mirado, te he mirado, me he enamorado. He pagado todos los precios por ti. Todo vale en la guerra y el amor. No importan los sacrificios. Merecen la pena si han servido para que estemos juntos... Juntos para siempre...
Ella lo miró desdeñosa, con el rostro contraído en una mueca.
- Así no, así no quiero... A mi me gustabas cuando estabas entero.